miércoles, 1 de abril de 2020

PALABRAS DE HILARIO GALGUERA SOBRE MI LIBRO "EN CONCRETO (XILITLA)"


(Este texto fue leído por su autor, Hilario Galguera, director de la Galería del mismo nombre, durante la presentación de "En concreto (Xilitla)", publicado por Ediciones sin Nombre en 2019, en las instalaciones de la Casa Refugio Citlaltépetl, en la Ciudad de México).


Desde que me invitó Sergio Briceño a presentar su poemario "En concreto", especie de diario o testimonio, de su experiencia en Xilitla, no he podido dilucidar una sola razón para justificar la invitación. No soy un hombre de letras, mucho menos un poeta. Siempre he criticado a los ignorantes que se atreven a hablar de lo que no saben, por lo tanto ni siquiera pasa por mi mente el atreverme a elaborar frente a ustedes el más mínimo planteamiento de análisis poético o literario de este pequeño pero contundente y exquisito libro y mucho menos compartiendo una mesa con tres poetas. Soy arquitecto, y aún así, soy incapaz de hacer una relatoría o una traducción de la experiencia espacial de las construcciones levantadas en medio de la vegetación por Edward James por la sencilla razón de que nunca he estado en Xilitla. También me doy cuenta que no faltaría alguien mejor que yo que quisiera hacer algún comentario a los versos, a lo que significan, a la experiencia y la fascinación frente al mundo vegetal, al de los sueños, o frente a el concreto convertido en el jardín del edén, o el paraíso vuelto concreto. No soy literato, no soy poeta, no soy científico, sí vivo entre libros, soy arquitecto, no me dedico a la arquitectura, tengo una galería de arte, no tengo obras surrealistas, a veces me doy cuenta cuando el acto poético se hace presente en un texto, en una pintura, en un edificio, no conozco Xilitla, no sé de botánica, ni siquiera tengo un jardín aunque haya sido uno de mis sueños, sólo algunas macetas que ni siquiera sé cuidar.



Al no encontrar razón suficiente, caí en la cuenta que tal vez me tendió una trampa enmarcada en el mismo espíritu surrealista de la construcción del jardín de este singular dandi inglés. Todo muy surrealista, por esta sin razón trataré de hacer algunos comentarios a partir de la idea fundacional de Bretón, como un pensamiento, "... un pensamiento dictado con la ausencia de cualquier control ejercido por la razón, exento de cualquier preocupación estética o moral".


Así es que pido su indulgencia por las divagaciones y el desorden. 

Me acordé de lo que le decía o más bien gritaba, el maestro Frenhofer al otro personaje, Porbús, en aquélla creación de Balzac, también, curiosamente, llamada "La obra maestra desconocida": 

¡La misión del arte no es copiar la naturaleza, sino expresarla!. ¡No eres un vil copista sino un
poeta!... Hemos de captar el espíritu, el alma, la fisonomía de las cosas y de los seres . ¡Los efectos! ¡Los efectos... Ni el pintor, ni el poeta, ni el escultor deben separar el efecto de la causa, que están, invenciblemente, el uno en el otro.

Así es como empecé a justificar mi presencia en esta mesa.

Platicar con ustedes acerca de el acto poético como un misterio, como resultado de la expresión última de la naturaleza, del espíritu humano, como componente indispensable de aquello que nos llena de asombro y estupor y nos derrumba en el mundo de la especulación, de los sueños y esperanzas, de la admiración de la belleza por terrible que esta pueda ser, para acrecentar o acentuar el conocimiento del mundo. Esa altísima experiencia que es el arte.

Ahí es donde irracionalmente, al menos para mí, empiezan a aparecer las conexiones entre la selva de concreto, la selva vegetal, la selva poética de Sergio y la visión enloquecida de un mecenas trastornado por un destello poético, que lo llevó a un intento de reproducir el paraíso verdaderamente
terrenal.

Empiezo a darme cuenta que Xilitla sí ha estado en mis sueños. Mi hija Lucía Olvido, hace no muchos años, me hizo no una descripción ordenada de todos los elementos, los edificios, la vegetación, el cielo, la temperatura, los sonidos, el canto de los pájaros y el ruido de los insectos, el silencio, el silencio de las mariposas, el agua, el vacío, sino más bien una crónica, hermosísima por cierto, de su experiencia en ese maravilloso edén. Su relato estaba cargado del mismo deslumbramiento que experimentó aquél día que entró por primera vez al Museo del Prado en Madrid, y parada aún en el vestíbulo, sin haber visto una sola pintura, un solo milagro, ví como se le saltaban las lágrimas. Así me platicó del jardín de Edward James y desde ese día, he soñado intermitentemente con Xilitla. 

Ya les había dicho que sólo he logrado tener algunas macetas. Y ese sueño lo he ido expandiendo, las más de las veces despierto para reafirmar su condición de sueño imposible, como un lugar edénico donde sí, existe la voluntad formal de una escalera, de un vestíbulo, de una estancia, de una sala para
amar o para morir, de una estructura que nos conecta con la tierra, pero que no delimita el horizonte, paredes hechas de espacio vegetal, ventanas y techos a los que sólo limita el espacio del universo, la arquitectura cuyo único límite es la forma que toman los sueños.

De pronto, despierto con una advertencia:

No confíes en las plantas. De
un momento a otro se volverán cemento.

No me importa. Mi proyecto puede ser todo de concreto, es un sueño al fin y al cabo. Y regreso al deseo de habitar un lugar perfecto y fácil para mí. He caído muchas veces, en banquetas, escaleras, pasillos, en los caminos a veces desiertos, a veces magníficos de mi vida. Ahora, también gracias a Sergio, prefiero este voladero:

Es relativamente fácil despeñarse
Caer
Pisar en falso e irse al voladero
Aquí
como en tu propia vida.

El acto poético está tomando forma. Estoy a punto de entender el porqué de las conexiones que mencionaba. Me doy cuenta, mientras leo, porque del fondo de mi memoria evoco la figura de Kounellis, quizás, el último gran poeta trabajando en las artes visuales, Jannis Kounellis. Un poeta homérico, quien en plena madurez de la odisea que fue su vida, me pidió que lo acompañara en distintos proyectos para ver si juntos podíamos atestiguar el regreso de la poesía. El fue el primero que me hizo notar su ausencia. Porque no siempre se revela. Permanece alejada del lugar común, de la vulgaridad y la ignorancia, tan comunes y cercanas a nosotros en estos tiempos. Pero me enseñó a por lo menos sentir la presencia de la poesía. Estando con él, yo era un privilegiado, porque la traía de regreso casi todos los días, casi todo el tiempo. En 1987 escribió algo que para mí es una
especie de instructivo secreto:

Nunca he matado, sin embargo estoy dispuesto a hacerlo si pisotean mis
derechos a la libertad
Nunca he tomado prestados fragmentos lingüísticos, salvo por necesidad
He deseado sólo cosas bellísimas
He medido la distancia desde el objetivo
He visto lo sagrado en los objetos de uso común
He creído en el peso como medida justa
He amado las frases que sugieren la virginidad como estado supremo
He recorrido senderos difíciles en lo profundo del bosque, hacia la
montaña
El plomo, los cabellos, las nubes, la Osa Menor que indica el Norte, el
viento.
No se vivir afuera del laberinto del lenguaje
Amo el olivo, la vid y el trigo.
Deseo el regreso de la poesía con todos los medios:
del ejercicio, de la observación, de la soledad, de la imagen, de la
subversión.

Esta especie de canto libertario, me llevó a seguir conectando el libro, con el lugar que no conozco, con las quimeras, con la poesía, con los ideales, todo como un ejercicio de libertad, a través de la observación, de la imagen, de la soledad. ¿En qué momento me enteré de que en toda esta pequeña intromisión en el laberinto del lenguaje, de mis anhelos, de la crónica de mi hija, del poemario de Sergio, de la Xilitla conquistada por Sergio, el acto poético estaba haciendo su aparición? No lo sé. Pero sí me di cuenta que un sentimiento o emoción recurrente desde los días en que estaba trabajando con Kounellis, reaparecía de pronto en mí. Me acercaba de nuevo a la comprensión del misterio del arte. Esto ya lo había platicado en otras ocasiones. En aquél entonces, me daba cuenta de que efectivamente estaba yo al lado de un héroe antiguo, y de que a causa de mis limitaciones, me iba a ser imposible descifrar a cabalidad el misterio del arte en el tiempo que me resta de vida, pero que compartiendo con él su propia experiencia sí podría acercarme al menos a una comprensión, acotada en principio por las emociones. Como casi todos los poetas, tenía en mente el deseo de hacerse escuchar por el otro, hacerlo partícipe de su propia experiencia estética, abriendo una gama de posibilidades interpretativas en la densidad de su obra. Por esta preocupación dialéctica de Kounellis, y porque tal vez sirva para tratar de explicar los motivos que me llevan a esta reflexión, quiero citar aquí un fragmento de "La muerte de Virgilio de Hermann Broch":

...llenando de luz la noche, llenando de luz el mundo, la belleza colmaba
todos los límites del espacio sin límites, y hundida con éste en el tiempo,
llevada a través de los tiempos, se convertía en su eterno ahora, se
convertía en la limitación sin límites del tiempo, se convertía en símbolo de
la totalidad de lo terrenal limitado por el espacio y el tiempo, revelando el
duelo de la limitación...y por eso mismo belleza en el más acá;

así en la activa tristeza, así se le revela al hombre la belleza, se le revela
cerrada en sí misma, en el símbolo y el equilibrio, flotando hechicera en el
lado de enfrente del yo que contempla la belleza y del mundo colmado de
ella,

cada uno de ambos en su espacio, cada uno de ambos limitado a sí
mismo,

cada uno encerrado en sí mismo en su propio equilibrio y por eso mismo
ambos

en equilibrio recíproco, por eso mismo en un espacio común;

así se le revela al hombre cómo está cerrada en sí la bella
terrenalidad, cómo está cerrado en sí el espacio sustentado por el tiempo,
petrificado en el tiempo, extendido flotante, mágicamente bello, que ya no
se renueva en pregunta alguna, ni se ensancha ya en ningún
conocimiento,

constante totalidad del espacio irrenovable e inensanchable, sostenida por
el equilibrio

de la belleza que actúa en él…

Y vuelvo a formular la misma pregunta que me hago desde entonces: ¿porqué una sucesión de eventos extraordinarios, fortuitos me enlazan con todas estas experiencias, con este misterio? ¿Con algún propósito, quizá buscando una forma de conocimiento?, ¿una forma de redención?

No tengo respuesta.

Sin embargo, una tarde, paseando y platicando con mi hijo Hilario Jacinto que es Físico, me acercó a una solución. Hablábamos del milagro que pintó Velázquez en el pañuelo que sostiene la Reina Mariana. En qué momento la pintura de un pañuelo se convierte en un milagro y deja de representar un simple pañuelo. Creemos que Velázquez trataba de entender, de reproducir o al menos acercarse a un orden, al orden supremo de lo fortuito, de esa suma de accidentes que configuran el equilibrio que mantiene al universo, aunque un poco inestablemente por estar en constante transformación y movimiento.

Como todos los artistas, Velázquez quería imitar esa geometría producto de lo fortuito. La geometría de las montañas, de los cuerpos celestes, del paisaje, pero también de las ideas, del pensamiento abstracto. Como Goya y más tarde Pollock, Kounellis…hoy agrego a Homero, a Dante, a Sor Juana, a Goethe, a Dickinson, a Elliot, a Gorostiza...

¿En qué momento se crea algo que de repente deja de ser una imitación de esa geometría fractal y sagrada, se transfigura y da paso al horror de la belleza y a la verdad, descubriendo una nueva forma de conocimiento y posiblemente llevándonos a una realidad alterna, milagrosamente ? ¿En qué momento se revela el acto poético? ¿En qué momento, como decía Balzac a través de Frenhofer, se capta el espíritu, el alma, la fisonomía de las cosas y de los seres. ¡Los efectos! ¡Los efectos..! No tuvimos respuesta. No hay respuesta. Se hubiera solucionado el problema de la estética, el misterio del arte. Por lo menos pude formular la pregunta, tal vez como una señal en el camino de la redención.

Leyendo los versos de Sergio, recapitulo el viaje que inicié hace muchos años para encontrar esa respuesta cuya pregunta nunca había podido proponer. Recuerdo mis encuentros con la poesía, con el arte, con los poetas, con los artistas, y recuerdo como supe que esos encuentros inesperados y extraordinarios iban a modificar el rumbo de mi vida y las de otros muchos también. Recuerdo cómo empecé a ver todas estas acciones como una especie de advertencia, igual que en el poema de Sergio. Casualmente, además, esa noche llena de premoniciones, y por si fuera poco, me topé en mi biblioteca con un libro que tenía perdido en el desorden. La traducción de las poesías completas de Constantino Cavafis que hizo mi difunto amigo Cayetano Cantú. Abrí una página al azar y para mi sorpresa, apareció esta especie de admonición en forma de poema:

Dijiste:
“Iré a otro país, veré otras playas;
buscaré una ciudad mejor que ésta.
Todos mis esfuerzos son fracasos
y mi corazón, como muerto, está enterrado.
¿Por cuánto tiempo más estaré contemplando estos despojos?
Adonde vuelvo la mirada
veo sólo las negras ruinas de mi vida,
aquí, donde tantos años pasé, destruí y perdí”.
No encontrarás otro país ni otras playas,
llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad;
caminarás las mismas calles,
envejecerás en los mismos suburbios,
encanecerás en las mismas casas.
Siempre llegarás a esta ciudad;
no esperes otra,
no hay barco ni camino para ti.
Al arruinar tu vida en esta parte de la tierra,
la has destrozado en todo el universo.

Entendí como es que mis macetas se convierten en un jardín soñado y por lo tanto imposible, utópico, porqué en Xilitla, la que ambiciono, la que busco como en otro país, en otras playas, como las que veía Rimbaud, playas sin fin cubiertas de blancas naciones alegres... es relativamente fácil despeñarse, caer, pisar en falso e irse al voladero como en mi propia vida, arruinándola poco a poco.

Entendí también, que el sueño del jardín, que no tengo, es el último refugio al que tengo derecho después de haber destruido todos los demás. Es mi último deseo. Pienso ahora, otra vez, en esta casa refugio de poetas, en el libro verde como la selva. En lo que dice en una de sus hojas:

No confíes en las plantas. De
Un momento a otro se volverán cemento.

Pienso en este hermoso libro, al tiempo que pienso celebrar el hecho de que estamos vivos. Para seguir buscando, aún sin encontrarlo, un mejor futuro, por la libertad y la belleza. En qué momento, como el pañuelo de la Reina Mariana, Xilitla dejó de ser un paisaje habitable de concreto para convertirse en un sueño, en un milagro, en qué momento el libro de Sergio dejó de ser un simple libro…

¿Estamos ante un acto poético, y seguimos buscando un libro?... Espero que no.

¿Viajaré algún día a Xilitla?... creo que no. No quiero demoler mi último refugio. Prefiero seguir habitando ese desconcertante y fascinante laberinto que es el mundo de la poesía y de los sueños.