lunes, 8 de noviembre de 2010

'AL-FAJOR', UN POEMA A COLIMA

Al-Fajor


Sergio Briceño González




De nombres más hermosos madriguera
la que de lenguas ácidas
ha sido bautizada.

Tierra pues de caldera,
titán no de granito
sino fogata pétrea
-alta aunque dormitando bajo almohadas,
oídos sometiendo-,
decide tantos títulos
a territorios nuevos prodigar,
que van de acentos llenos los vocablos
perjudicando músicas,
todo en agudo morbo definiendo,
de Ixtlahuacán al pavoroso ritmo
de Cuauhtémoc y al necio apelativo
monocorde: Minatitlán; Coquima,
cuya terminación en tlán fue ejemplo
de viciados tambores Tecomán.

Salven con rijo de escuadrón o guerra,
la líquida asonancia de Comala
y el espesor de barro de Colima,
no menos apretados
que el canoro Armería,
que si no besa al río que lo nombra
lame al menos sudores a la frente
o exprime la canícula
aquí haciendo ladrillos,
allá cociendo cocos.
Pero siempre ordenando
la formación de palmas y limones,
menos verdes aún
que el encendido mango,
aunque sin duda alegres
a los dientes lijando con azúcar
y a la entrepierna tuya –el ataúlfo-
imitando certero;
por lo dorada y dulce
inalcanzable es y perseguida.

Triángulo pues no fuera de calores
lo que desmiente el cono del de Nieve,
Volcán que orgullo es conquistado, triunfo
si no es que corno de combate, límites
a dos estados burla y a la sal
-si es salobre la nieve-, les trasiega.

Fango de la laguna que es harina,
infame vecindad de lago y mar
que no encuentra manera de nombrarte
-por dos bahías íntimas formada-,
materia es Manzanillo.
Lo que le dan los buques
-si es comercio lo que hay en su interior-
lo devuelve el acero en alimento,
en autos o en vestidos,
si no es que en esplendor de blanco albergue,
de torres coronado y de algodones
-griego construido-, perfecto hotel
que exige si a un Ulises
también a un Urdaneta y a un Caribbean,
lo mismo que a un Maersk
armado no de obuses, sí de cajas,
guerreros todos fueran de este tiempo
que al Asia dan batalla dos Américas.

Química pura, digo,
lo que en Colima encuentran los viajeros,
de donde flama es nube a donde estero espejo.

Lebrónica provincia cortesana,
exéntanos de monstruos.

El basilisco al hambre despertando
de concentrado sol, iguana verde,
lenta no tanto que caimán mintiera
y sí a los alacranes imitando.
Brotes de noche en pleno día, manchas,
ticuses repetidos ya beban del Pereyra
o el Manrique los bañe.
Murciélagos los templos habitaran
en grutas convertidos,
San Gabriel lo desmienta
y dígalo -cortada con navaja-
la barranca del Muerto.

Tesoro en medallones de maíz
y maíz a un lechón condecorando.
Sopitos y pozole vinculados,
por sangre y por estirpe,
al febril destilado del atole,
que Alvarez aún no consintiera
saber que es Villa la que fue su hacienda,
vecina de Comala aunque alejada
-macerados jinetes en aquella
menos que aquí jugosas señoritas-,
risa rindiendo alegres
y guacos repartiendo,
villanos quejumbrosos que en petates
-y en troncos y en cordeles-
un ruedo construyeran.
Sonámbulo edificio
donde la luna aplaude
y el sol seca el orín,
oro licuando a pencos y jinetas.
Heliódromo en fingida Petatera,
pinta mejillas, frentes de carmín.

Palmar dando traspiés de tanto andar,
la fatiga le arrulla las palapas
y el día la Piedra Lisa le calienta,
plancha que sacrificios es testigo
-recuerdos y neuralgias extirpando-
sorda no a la agonía
sino a la euforia gritos.
Y más que pedernal, piedras paletas,
tostadas dulces dagas de cueritos.

Etíopes albinas
la calle circularan,
bengala ya los ojos,
abisinios los labios.
La rodilla mayúscula deponen
para diversas artes.
Si no es que en maremotos
la crencha está en perfumes desatada.
Proa el ombligo, popa la columna,
retoño duplicando al por mayor.
Genéticas no huellas, cicatrices.
Una en la lengua misma
que da por nombres varios
distinta variedad de sinfonías:
nango, ocupa, por tonto y necesita,
mientras cabete es cinta.

Parota es la que abunda de raíz
y la raíz zapato.
Enterrado no, listo para el trote,
cimbrando el pavimento donde lo haya
De polvo ya ocultándose en temblor,
aunque en temblor de cuerpo
si es la epilepsia -su hija-,
hermana de estas ingles.

De donde el michoacano
cerca al que es de Jalisco,
muslos ambos estados
y ombligo los volcanes desdoblado
si es que Colima pubis,
mas pubis femenino
por la de Cocos falla.
Grieta, una placa a la otra modifica.

Por las Islas Marías vigiladas
si no es que por las Revillagigedo,
-unas y otras crujías,
líquidas cárceles, encierros tibios.

Avaros Marabasco y Coahuayana,
que al Trejo sin sustento abandonaron.
Por huérfanos les lloran
Las Grullas, El Jazmín, El Tecolote
arroyos a la lluvia esclavizados,
famélicos hermanos de Los Trastes.
Bulímicos de polvo, arenas, piedras,
aunque los llena el plástico, aluminios,
cartones y el orgánico desecho.
Gusanos laboriosos
sus dársenas resecas,
cochambre sus de lama serpenteos.

Por ser menos pesada
que el oro, la esmeralda
aferrada mantiene al limonero,
que al dorar su verdoso cascarón,
la tierra la reclama
-de rica gravedad aconsejada-
en pepitas cubriendo todo el huerto.



Burel doméstico, menudo toro
de carne comestible
-que hocico en vez de belfos
y bragado no tanto-,
comparte la apostura.
Barriga pronunciaba sin ladrar,
y en el Xibalba compañero fiel,
guardián es en la tumba decorada
de huesos alfareros, de osamentas.
Gorda la risa si los perros ríen.

Municipios ruidosos
apenas cocinados
en nombres masticables,
de Santiago a Tepames,
siguiendo van Tinajas o Agua Zarca.

Asmoles y Madrid,
Miramar donde El Real.
Y dónde, en adelante,
Salagua tendrá asiento,
Chandiablo su morada
y Nogueras su bosque.

Nocturno bebedor, ladrón de sangre
lamiendo adormecida
la roncha o el piquete,
botón de rosa inmunda
dejando tan constante,
que al estallar es muerte
lo que en lugar de corazón palpita.
Veneno que fatiga, cansancio que fulmina,

El coma de su sed
la vida modifica.
Por derribar adultos
inflama lo cardiaco a los imberbes
con nudos y oclusiones
a la pinza de Chagas obedientes.

Rash de cicuta, comezón arsénica
que da alivio y da muerte si se rasca.

Tierra esta pues de nombres inasibles
que el árbol atenuara en su desgracia,
pues oro está lloviendo en la calzada
y perlas de topacio están los troncos,

Fulgor solar del plátano que asombra,
garfio de miel que es carne masticable,
nunca derecha siempre suculenta.

De zumbantes acequias
y pálidas lagunas,
hijas de agua veloz, aunque espantosas,
provinieran las que el horror cilió
y el paladar alaba,
tenazas ostentando
de blindaje sabroso,
amorfas no criaturas
sino comas de carne
al discurso del río,
de su ribera fueron amatistas
aunque rubíes ya en la cacerola,
ajos bebiendo muertos.

Mina escarbada al aire,
de pólvora las vetas
en flores transformadas,
dinamitando están las avenidas
frondosas primaveras.

Menudo albergue, mesón para el cadáver,
funda para la espada,
juntos entran donde la esfera es greda,
nicho para el candil,
-la entrada es tiro, en la garita vellos-
si no príncipe antiguo al menos feto,
y en vez de feto cera.

Esporas concentrando
en la noche interior
desde el atardecer de la muchacha,
el útero y la cervix en sepulcro
redime el papiloma,
en catafalco el cáncer
-a pesar de lo esférico matriz-,
tumba de tiro entre las piernas símil,
la grama oculte y el deseo desate.

Viscoso sexo adulto
lo oscuro transportando hacia los pechos,
de frutos venenosos invadido,
donde la areola es prado
y carbón cada glándula.

Localizar pudiera
los labios del acanto en otros labios,
la sin cola escorpión y araña a un tiempo
de pinzas pertrechada,
ciega guiándose de octavas patas,
madrastra de alacrán o tindarapo
enamorada era de su padre
y de temor medrando en el rincón,

Que las menudas garzas
el pico alimentaran sangrador,
-negras las zancas, mínima la fisga-
envenenando al hueso
vestido ya de fiebre,
pero de fiebre egipcia.

Dengue pues contra la arteria conspirando.
Termita que a la sangre
redujera a serrín.

Provincia de ponzoñas facturera,
menos palmares tiene que escritores
y más agua que sedes.

Pródiga en envidias, aunque maldita
política es su hija. De cianótico
pinta las piscinas a la viruela,
pasando a la hepatitis populista,
amarillo, azul y rojo en Colima
el abolengo esmaltan.

Cera fértil de cirios indiscretos
en el motel goteando,
ya humedezcan lascivos candelabros
o quemen, aunque mojen,
el nácar citereo,
pedestal que de bronce
los vellos lo desmienten,
sal derramada en el carbón, ticús
si no nevado al menos marmolino.

En los pechos serán pitahayas firmes,
erizadas de las que dio Piscila
tantas como desérticas ciruelas,
rubeola son de Campos en estío.

De barro la textura y el sabor,
conquista la cocada
perversos paladares,
quemando al invasor
armado sacarina o aspartame,
a la fuga obligando a la glucosa.

Sin armas cazador presas convoca,
tan hábil que la herida
a su puñal invita,
cuadrúpeda o el peso en ambos pies
si no es que en uno el equilibrio guarda,
a un lobo arrebatándole el aullido
y a la paloma el virginal zureo.

Caza experimentada en ambas manos
y en una sola punta confïada,
roma mortal sin filo es pero aguda,
entrando repetida carne adentro
y dicha generando
pero dicha a la muerte ya enredada.

Carniceros filetes le arrancara
el cazador a su soprano; sangre
en timbre convertida,
octavas transitando superiores,
la Gorchakova o Caballé bicéticas
o Callas verdinosa,
alcanzaran espintos o soubrettes
con mil grillos de Hertz en la garganta.

Esquirlas, no continentales manchas,
marinas las tortugas son de piedra,
del fuego submarino edén que flota.
Cuatro pues nombres dieron a las islas
de Socorro, Clarión, San Benedicto,
y Roca que es Partida,
aunque brumosa menos que su hermana.

En sur y norte divididas juntas,
ésta humeando por un volcán oculto
que si a Joris confunde
con la infiel Afrodita,
alimenta de hervores
al cimarrón borrego,
chivo adusto que en la Nubere ínsula
ninfas apacentara
desde la que regresa
al que le habla las últimas palabras,
Eco que verdes sílabas trastorna,
hasta la que pequeño manantial
es Arethusa misma
huyendo de los ríos.

Por abundantes amalteas bebida
de tanto llanto en fuente transformada,
Biblis aquí se suma
a pompa tan lasciva,
desnuda una y la otra,
entrelazadas todas,
Sinálice incluida
en el doble estornudo
que la nariz bloquea
y la garganta inflama
(segundo conde Revillagigedo
el nombre le tomara
Hernando de Grijalva,
o por la señorita –también núbile-
Spielbergen llamando cada risco,
si no Ruy López evadiendo escollos,
símil del que un tejido fue su origen,
Martín Yáñez de Armita
recordando a su esposa en el bautizo
del islote Socorro, sus bahías
curvas más femeninas no tuvieran),
curando gripes enfermando amores.
Cloris con Céfiro las lajas pueblan
no tanto ya de flores
sino de mil capullos,
hojas, helechos, líquenes
–si el fuego es vegetal, de lava rosa-
el bosque, aunque insular, reconstruyendo.

Densa tanto de ninfas esta isleta
que no poco es el número de lanchas
que en ninfetas se fueron agrupando,
al recordar la mutación del buque
en esa nínfula que los poetas
Cimódice han llamado.

Región que vuelve el pelo pensamiento,
materia dislocada, siempre imagen.

De rubia ninfedumbre
la voz humana de mujeres neutras,
esposas ya de reos dan noticias,
amantes eventuales del marino,
si no es que pescadoras
de pulpos o de callos.

Si esta tierra aceptara basiliscos
y nieve pura en caluroso medio,
terrenos donde cielo haber debiera.

Roca fluyendo en vez de acantilado.

Si oro en los árboles y de un centímetro
zumbantes asesinos,
¿ninfas no habrá surcando las aceras?
De pena tan robustas
que de mayo son madres,
fuerza o templanza su paciencia y duras
más que hermosas, inspiradoras son
si la cadencia es mar en estos versos.

Verdugas amorosas
de estrellas tan vulgares
que híades animan la corrida
y pléiades la lloran,
en parras convertidas
las festeja el borracho,
el beato las regaña.

Ambrosias colimecas
proezas repitiendo
de apedrear prometidos,
si no es que ya besando al que detestan
o el bofetón pasando por caricia.

Esta, pues, no solitaria landía
sino llena de palmas,
que el fijo tirso imita
de cálidas bacantes firma o lujo,
a la lujuria rápidas responden
lo que en silencio niegan,
el trigo aunque dorado del güindure
el rostro, el muslo, el brazo les esmalta.
Ménades parecieran
aunque mujeres son, mas de Colima.

Pues nadie las creyera
con coralillos vivos en el pelo
en trenzas sujetado
y en bares o ramadas
a beber incitando,
pero a beber en bailes,
proscritas ya de playas y veredas,
no incultas sino damas
y rijosas amantes tempestivas,
de la que ponche es copa
-pecera de corales si granada-,
a la que rubia es agua y espumosa
o la que láctea abruta
-bebida monacal-
a viudas o solteras.

Promueven la bebida
la pólvora incluyendo
del cuerno aún de tusca o de limón,
calostro es embriagante
de los dos mil pezones del agave,
coronado con perlas el balazo
y las perlas locuras disparando.

Miel baja de sus tirsos el tubero,
leche firme su aspecto y su sabor.
Dócil carne de coco,
la cuchara lo dice
si es media o si completa,
manzana jabonosa
la copra fabricando.

En ejército, solas o en manada
las ménades palmeras
rehúye la ciudad,
evade el edificio, aloja el parque.

Raras inadmisibles mensajeras
de la lluvia y el sapo,
que si un dios no tuvieran interior,
colimenses no fueran
sino simples rameras.






Al tambor esporádico del cráter
golpeado por la piedra en erupción,
obedientes han sido sus caderas,
primorosas palmeras aunque viles.
Mujeres colimotas a un menudo
tambor fieles oyendo,
en sus propias costillas enterrado,
pues si alguien no creyera
que hay ménades aquí,
sea el cocotero afirmación, no duda:
Códona, Corone, Córea, Corine,
juntas están con Mirtos
y la nunca embriagable Fascilea,
unidas todas al famoso nombre
que menos comezón es que vergüenza:
Stáfilo que rostros determina
si vuelve de esta tropa la alegría.

De beber y cantar y aun de escuchar
el tambor que armoniza, corazón,
la fiesta toda entera.

Mordiéndome ya estás, colimamente,
los brazos que sostienen lo que escribo,
Himno que soy, Nicea caprichosa,
al menos deja que mi muerte cumpla.

Ritmo al oído y a mis ojos luz.

Flora y fauna, pasiones moduladas,
regalos espumosos de la Luna,
a las bocas civiles
en lobos o en vampiros,
aunque chupando dichas, los transforma.

Conductas formen todas
pabellón o alameda, selva intonsa,
mina, desfiladero y sembradío.
Temperamentos menos abundantes,
de la que miente a gusto
a la que roba alegre la verdad
(de sólo imaginarlo ya lo sabe
la amiga, el verdulero, hasta el patrón.)



Gima en ira insaciable el impotente
y envidie por deporte
el que si no es amante de los niños,
de la hija es, del primo, la sobrina.

Fauna abundante en sierpes
que el ruido orienta y el aroma ordena,
no menos pobre en afilados saurios
cuya escama impidiera la caricia.

Queloide hipocresía
y pereza blindada de flojera
-con costras y colmillos
transitan esta tierra los farsantes-,
en la carne dorada
encajan avaricias, ambiciones.

De tenaza artillados,
exprimen el amor.

Quiere el oído a la difamación
anteponer la lengua,
aquello que le quema
al fogón de la oreja.
Dándola por verdad en brasa aún
lo que si tiempo guardan les calcina.
Argüende pues la sangre haciendo blanca,
de tanto fuego presa
que en cenizas el pelo decolora.

Si gas no es natural es kerosén,
de líquido amarillo
la estufa se alimenta.
Esponja el doble pan
o la carne enrojece entre las piernas.
Formar pudiera escuadras futboleras
o armar panaderías
el horno cuya boca fuera esfinge,
pirámides cuidando
con amplia bóveda y dosel fecundo.
Pregunta el acertijo
con qué fuegos su masa dorará,
pues más arrulla esta cadera llamas
si no en dos pies andando en tres o cuatro,
Gritos, Silbidos y Murmullos hijos.
Niño el berrinche, joven el vaquero
Y casi mudo el viejo.
Las frases que la edad cortó en palabras
y a estas lo imberbe escancia en monosílabos.

Aunque sólo un aspecto humano tiene,
Esfinge sigue siendo, mas velluda
pero feroz igual,
inalcanzable por lo alada y roja.
Doble pues la pirámide en la espalda,
dunas haciendo sacras de los huesos
y de Ilión una pira.
De tan veloz el fuego perineo
resinas a la Esfinge solicita,
por lubricar el horno,
que a más brasa más ancho
los ladrillos debieran refractar,
librándola del aire, de la lluvia.

Con volumen de estufa la cadera,
el piloto va al frente.

Rosticeras no tanto las porteñas
marinos desnutridos invocaran,
aunque atendiendo más a pescadores.
Si lo que armados cazan va en sus pechos,
¿qué anzuelo o curricán, qué arpón o cáñamo?

Más de vellos vestidas que de licra,
con pies que escamas fueran por lustrosos,
arenosas sirenas
acuden al llamado
de lengua no glotona aunque terrestre,
pues mariscos no fuesen por su aspecto
sino por ser salobres a la boca.

Malaguas pendencieras
por un caurí o centollo marinadas,
de la que el seno es risco
a la que el pubis tímida es marea,
ombligos asediando.

Más temerosos de caer no hubiera
acrílicos pedazos,
prendas que nubes fueran alpinistas
rayadas al ocaso,
haciendo florecer la primavera
en el jardín del top
o en el lascivo skimpy,
surcos en la entrepierna dibujando
si la tanga prolijo sembradío.

No puede el sol tapar este meñique
-fosforescente nylon-,
ni la rosa embozar
con celofán turgente.

Pintados versos, humos carmesíes,
negros vestidos fueran
aunque rojos los diera el corazón,
por la borrasca oscura.

Viento que el agua bautismal exige,
si viene de lo alto y no del monte,
acróbata su nombre está pidiendo,
no tramontana y menos aun siroco,
más bien alfajorado vendaval,
menos oliendo a tierra
que a macerada copra,
verso que lo rotule solicita,
canción que lo defina:
¿es viento alfajoral o alfajorante?

Ya tumbando parotas
o arar al tabachín
su propia tierra viendo, con sus ramas.

Sedimentada tiene la poesía
donde la misma carne se embodega,
cediendo serenada
lo que le empina al verso, a la armonía;
uno a uno los cantos remachando
con el que no tan firme es un tesoro
y aunque dorado huye de la mano,
pero avergüenza al mar: tímida miel

Todos ellos demonios
pero al aullar cantando
negras palabras suyas
no tanto fueran del ticús las alas
y del pico la tilde.
Por tanto elogio a tierras tan Malignas
la tarde con relámpagos le pueblan.
La lluvia letras fueran
de ojizarcos, barbados y lentudos
rojiatezados bárbaros.

Membranudas las alas,
si neogallegos son estos poetas,
gaélica sus huesos
la médula transportan.
Animados del frío,
o del calor y el frío,
repisas escalando hacia el volcán
donde el terror congela
y al domo la lujuria le crepita.

Ambas acumuladas
en la del fuego hierba,
humo en señales quieren transformar
si no es que en bocanadas las estrofas.

La María o el Calabozo, poetas
en carpas o caimanes navegaran,
lirios o gansos, pero siempre anfibios.

Hábiles ya desfloran
la que apretada oculta sentimientos,
cerrada discreción
que va cediendo en sangre
lo que el dolor en dicha va volviendo.

La castidad del alma atropellada
escúrrenle secretos
si no es que al rostro llanto.

Placenteros gemidos y sollozos
el versificador siempre gozando
con sensación de ciego.

Más que de observatorio
los ojos ambos ganchos le sirvieran,
de aguja o lanza más que de mirada.

Al objeto abrasando
si la córnea lo ubica y lo cocina.

En lágrimas lo fríe la pupila
y aceitoso lo deja sancochar
para comerlo luego.



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